Alcazaba de Trujillo Geraldo Sempavor

Geraldo Sempavor hacia la guerra a su manera. Mediante golpes de mano, en los momentos más inesperados, atacaba al enemigo. Los cronistas andalusíes dejaron testimonio de sus acciones, con una mezcla de admiración y rabia por su eficacia. “El perro caminaba en noches lluviosas y muy oscuras, de fuerte viento y nieve, hacia las ciudades, y había preparado sus instrumentos de escalas de madera muy largas, que sobrepasasen el muro de la ciudad, aplicaba aquellas escaleras al costado de la torre subía por ellas en persona, el primero, hasta la torre y cogía al centinela y le decía: «Grita como es tu costumbre», para que no lo sintiese la gente. Cuando se había completado la subida de su miserable grupo a lo más alto del muro de la ciudad, gritaban en su lengua con un alarido execrable, y entraban en la ciudad y combatían al que encontraban y lo robaban y cogían a todos los que habían en ella cautivos y prisioneros”. (Cita de Al-mann bil-imāma / Ibn Ṣāḥib al-Salā; estudio preliminar, traducción e índices por Ambrosio Huici Miranda / Valencia: [sn], 1969). Foto: Alcazaba de Trujillo. © Wikimedia Commons / CC-BY-SA 3.0/ Ben Bender

Las circunstancias de parte de ese periodo posibilitaron empresas individuales de conquista, por ser época de expansión de la civilización cristiana y feudal, de ocupaciones y colonizaciones, de movimientos de fronteras, de surgimiento de nuevos señoríos, principados y reinos ganados a golpe de espada a pueblos no cristianos. Normandos en las islas británicas, el sur de Italia y Sicilia; leoneses, castellanos, aragoneses, catalanes contra musulmanes en la península ibérica; caballeros europeos en el Próximo Oriente, en el contexto de las cruzadas; guerreros alemanes avanzando hacia el este en la llamada Drang nach Osten son escenarios principales de esa gran expansión cristiana de la que fue testigo Europa en esos siglos formativos.

La dinámica expansiva feudal y la fragmentación de poderes facilitó, en buena medida, el éxito de comandantes aventureros como Robert Giscard y su hermano Roger de Hauteville, Rodrigo el Campeador o el conde Bohemundo de Tarento, actuando cada uno de ellos en contextos donde el poder estaba disgregado, disputado entre distintos actores en liza. Ese fenómeno empezará a ser más extraño a partir de mediados del siglo XII, momento en el que las monarquías feudales europeas irán consolidándose, fortaleciéndose, gracias, entre otros motivos, a la creación y estímulo de órdenes militares, concebidas como instrumentos regios para el controlar amplios territorios y actuar, junto a los propios reyes, en esa expansión de los reinos cristianos. Templarios y hospitalarios en distintos puntos de Europa y Próximo Oriente, santiaguistas, calatravos y alcantarinos en la península Ibérica; caballeros teutónicos en el contexto germano vendrían a dificultar, o más bien imposibilitar, empresas personales de conquista como las lideradas por los conquistadores anteriormente mencionados. Esas órdenes militares, que conjugaron ideales propios de la caballería con otros característicos de los monjes, ocasionarían, en buena medida, el fin de un modelo de conquista señorial y aventurera.

Pero hasta que las monarquías estuvieron en condiciones de monopolizar el proceso expansivo, y hasta que las órdenes militares tuvieron la suficiente fuerza para actuar como agentes territoriales efectivos de los reyes, esos señores independientes tuvieron sus ventanas de oportunidad. Ese fenómeno es especialmente visible en la península Ibérica del siglo XII, en la que los reyes fueron fortaleciendo sus relaciones feudales con la nobleza, integrando también a las órdenes militares en la empresa global de la guerra santa contra los infieles. A finales de ese siglo XII fue ya prácticamente imposible que un comandante caballero, como el Cid Campeador décadas atrás, pudiera tener opciones de conquistar un principado propio, no sometido a una monarquía cada vez más consolidada como institución. El tiempo de los guerreros aventureros conquistadores dio paso al de los reyes, fuertemente sustentados en la aristocracia guerrera, los freires de las órdenes militares y las milicias de los concejos de frontera.

Una de esas ventanas de oportunidad mencionadas se le abrió, a partir de 1162 aproximadamente, a un caballero portugués llamado Geraldo Sempavor (Geraldo Sin Miedo), quien con posterioridad será llamado por algunos historiadores lusos “el Cid portugués”. ¿Pueden ser equiparados los logros del caballero comandante portugués a los de Rodrigo Díaz? ¿Merecería el apelativo de “Cid” ese comandante aventurero? En parte sí y en parte no. En parte sí, porque su proyecto personal y el modus operandi guerrero que desarrolla mantienen no pocas similitudes con algunas acciones y ambiciones del Cid castellano. En parte no, porque no culminó su obra, y es por ello que, entre otras razones, no generaría una literatura heroica de la magnitud, alcance y calado como la desarrollada en torno a la figura del Cid Campeador.

La península ibérica a mediados del siglo XII. El surgimiento y expansión almohade

El siglo XII peninsular estuvo marcado por una serie de cambios políticos que condicionaron las relaciones entre cristianos y musulmanes. En el año 1109 había muerto el emperador Alfonso VI, dejando el trono a su hija Urraca. Ese hecho motivaría una cruenta guerra civil que sacudió los reinos de León y Castilla durante un par de décadas, con la intervención política y militar de rey aragonés Alfonso I el Batallador en los asuntos leoneses y castellanos. Mientras tanto, los almorávides, procedentes del Magreb, iban consolidando su poder en al-Ándalus, peleando de manera intensa contra los reinos cristianos en las fronteras, situadas en el Tajo y en el Ebro. Los últimos años del reinado de Alfonso VII, coronado “emperador” en el año 1135, supusieron una cierta estabilidad interior, que posibilitó que los hasta ahora retraídos territorios castellanos y leoneses, retomaran una dinámica ofensiva contra unos almorávides que, a partir de, aproximadamente, 1145, comenzarán a mostrar ciertos síntomas de declive.

La principal causa del fin de los almorávides debemos buscarla, una vez más, en el norte de África. Allí, en torno a Sus, región situada en el suroeste de Marruecos, un personaje llamado Ibn Tumart comenzó a predicar hacia 1120 una nueva doctrina islámica más rigorista, crítica hacia la relajación moral y religiosa a la que habían llegado los almorávides. A partir de una comunidad de fieles, que lo nombraron mahdi (“guiado por Dios”), comenzó a predicar una nueva interpretación, más rígida, del Corán, ganando cada día más fieles. Había nacido el movimiento almohade. A su muerte fue sucedido en el imanato por Abd al-Mumin, figura importante que aportó consistencia militar a lo que había empezado siendo un movimiento netamente religioso. A la altura de 1145 los almorávides fueron completamente derrotados en el norte de África. Ese nuevo imperio y califato almohade no tardaría en poner sus ojos en la península ibérica, extendiéndose también hacia Túnez, Argelia y Libia.

La génesis, expansión y consolidación del imperio almohade fue similar, en algunos puntos, a lo que había sido el movimiento almorávide, pasando de ser una corriente religiosa inspirada por un intelectual, a convertirse en un imperio militar con un empuje expansivo potente y basado en la idea y práctica de la guerra santa. En esa dinámica expansiva, los almohades saltaron a la península ibérica en 1146, iniciándose desde entonces luchas entre almorávides y almohades en al-Ándalus. Un año más tarde Alfonso VII, el Emperador, lanzaba una empresa cruzada que contó con el apoyo naval de flotas genovesas y pisanas, y que tuvo como consecuencia la conquista efímera de Almería. A partir de aquellos momentos la implantación almohade será imparable, aunque surgirán importantes focos de resistencia almorávide, especialmente en las regiones de Granada y Murcia, donde líderes como Ibn Hamusk y, especialmente, Ibn Mardanish, el Rey Lobo, resistirán el empuje almohade gracias, entre otras cosas, el apoyo recibido de nobles y caballeros castellanos, navarros, aragoneses y catalanes.

Mapa Imperio almohade

Mapa del Imperio almohade en 1162. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

En 1157 fallecía Alfonso VII, quien había conseguido unificar y dar fuerza al reino de León-Castilla. Pero antes de morir había decidido dividir sus reinos entre sus dos hijos varones. A Fernando le entregó el reino de León, a Sancho el de Castilla. Al año siguiente los dos hermanos se reunían en la localidad leonesa de Sahagún para negociar las líneas de expansión contra los musulmanes que en adelante llevarían a cabo ambos reinos. La vía de la Plata sería el límite, establecido en el tratado de Sahagún, que separaría León de Castilla, y también las zonas de conquista futura de ambos reinos. No tardarían en comenzar las disputas entre los dos reinos cristianos, especialmente a partir de la muerte prematura de Sancho de Castilla (Sancho II). Dos potentes casas nobiliarias, Lara y Castro, mantendrán duras contiendas por el poder en estos reinos de nuevo divididos, pugnando por controlar a un nuevo rey castellano todavía muy niño, Alfonso, el octavo de su nombre, quien décadas después liderará un ejército cruzado que derrotará a los almohades en las Navas de Tolosa.

Mientras tanto, en el occidente peninsular, el conde Alfonso Enríquez iba dando pasos para convertir el condado de Portugal en un auténtico reino. En el año 1139 había derrotado a los almorávides en la batalla de Ourique, tras la cual sus hombres lo aclamaron como un auténtico rey. De hecho, Alfonso Enríquez, hijo del conde Enrique de Borgoña y la condesa Teresa, hija de Alfonso VI, actuaría en adelante, y más que hasta entonces, como un rey de facto, y así sería contemplado por sus súbditos, como un verdadero rey. La nueva división entre León y Castilla, y las disputas mantenidas entre los dos reinos, darían impulso a un reino de Portugal que no sería reconocido oficialmente por el papa Alejandro III hasta el año 1179, a través de la bula Manifestus Probatum. Previamente, en el año 1143, Alfonso Enríquez se había sometido a vasallaje al emperador leonés Alfonso VII, quien desde entonces lo reconoció como rey de Portugal.

Tensiones portuguesas con el reino de León. Geraldo Sempavor entra en escena

En 1163 fallece Abd al-Mumin, primer califa almohade, y será sucedido por su hijo Yúsuf I (Abu Yacub Yúsuf), que hasta entonces ocupaba el cargo de gobernador de Sevilla, y es por eso que era buen conocedor de los asuntos peninsulares. Ese ascenso al califato de Yúsuf I coincidirá con la eclosión del personaje que trataremos aquí, Geraldo, llamado en su tiempo Sempavor, y mucho más adelante “el Cid portugués”. Y es que empezamos a tener noticias de las acciones de Geraldo hacia 1165, siete años después de que los reyes de León y Castilla hubiesen sustanciado el reparto de la expansión contra los musulmanes en el mencionado tratado de Sahagún. Ese tratado entre Fernando II y Sancho II no contemplaba a Portugal, es más, los territorios de este reino incipiente, aun no reconocido por el papa, fueron incluidos también en el reparto, correspondiéndole esa zona de expansión, “hasta Lisboa”, al reino de León. Aquello irritaría profundamente a Alfonso Enríquez, pues el tratado de Sahagún amenazaba seriamente la consolidación de Portugal como reino y su futura expansión frente a los musulmanes. Por ello Enríquez moverá ficha, una pieza llamada Geraldo, dado que tenía a los templarios portugueses ocupados en la lucha contra los almohades en las fronteras del Tajo, en el Alentejo. En el año 1147 Alfonso I había conquistado la importante plaza de Lisboa, gracias a la ayuda cruzada internacional, dentro del marco de la llamada Segunda Cruzada, y a partir de aquellos momentos la frontera portuguesa frente a los musulmanes había quedado fijada en la línea del Tajo. Pero a la altura de 1165 es posible que al monarca portugués le preocupase más otra frontera, la que marcaba los límites de sus territorios con el vecino reino de León.

Ese año de 1165 fue importante en varios sentidos. Intentando reducir las tensiones fronterizas entre León y Portugal se sustanció el matrimonio entre la infanta Urraca, hija de Alfonso Enríquez, con Fernando II de León. Pero ese casamiento no aliviaría demasiado las tiranteces entre los dos reinos. Empujados por una aristocracia ambiciosa, ambos monarcas, ahora suegro y yerno, comenzaron a actuar en la franja territorial que separaba ambos reinos. Entre 1166 y 1168 Alfonso Enríquez atacó el reino de León por Galicia, ocupando algunas plazas leonesas. En esos mismos años Fernando II repobló y fortificó Ciudad Rodrigo, muy cercana a la frontera, y arrebató a los almohades las plazas de Alcántara y Alburquerque, metiéndose León como una cuña en territorios de expansión natural portuguesa. El río Miño actuaba como frontera natural entre los dos reinos por el norte, al tiempo que las fronteras este-oeste quedaban fijadas por una línea de importantes poblaciones y posiciones leonesas desde el norte hacia el sur: Zamora, Ledesma, Ciudad Rodrigo, Coria, Alcántara y Alburquerque.

Mapa Geraldo Sempavor

Mapa de las campañas de Geraldo Sempavor. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

La conquista leonesa de puntos como Alcántara y Alburquerque fue posible, también, en virtud de otro factor que nos sirve para comprender mejor las acciones de Geraldo Sempavor durante los años que van de 1165 a 1169, y que detallaremos más abajo. Y es que en ese intervalo la presencia almohade en la llamada Garb al-Andalus, las tierras occidentales de al-Ándalus, era escasa, frágil y endeble. En aquellos momentos el poder califal almohade estaba concentrado en las luchas mantenidas con el rebelde Ibn Mardanish, el rey Lobo, en la Sharq al-Andalus, o sector oriental de al-Ándalus, quien tenía en torno a Murcia el epicentro de su señorío. Eso explica que el poder califal almohade concentrara sus efectivos militares y su atención en aquel ámbito preocupante, porque el rey Lobo incluso amenazaba con expandirse por Granada y Córdoba, donde se habían producido duras luchas entre almohades y los últimos restos del poder almorávide, encarnados por señores locales antialmohades.

Todo ello motivó que en esos años el Garb al-Andalus fuese un espacio desestructurado, una amplia zona donde se daba un evidente vacío de poder sólido. Esa ausencia de autoridad fue aprovechada por Geraldo Sempavor para llevar a cabo una sucesión rápida de conquistas de distintas posiciones fortificadas almohades, situadas en el Antentejo portugués y en la “Mesopotamia” extremeña, el espacio comprendido entre los ríos Tajo y Guadiana en la actual región de Extremadura. Esa vertiginosa captura de fortalezas fue posible por la ausencia de un poder almohade sólido. Pero también gracias a la astucia, audacia y arrojo de su protagonista, Geraldo Sempavor, cuyas actuaciones conocemos por la crónica del historiador proalmohade y coetáneo: Ibn Sahib al-Sala. Y es que la obra de este autor es la fuente principal, y casi única, para conocer con detalle las acciones del misterioso comandante caballero portugués.

“El perro Giraldo” y las operaciones especiales o de comando

¿Cómo es posible que un guerrero prácticamente desconocido conquistara en tan solo cuatro años, entre 1165 y 1169, y en este orden, castillos y fortalezas como Trujillo, Évora, Cáceres, Montánchez, Serpa, Jurumeña, Santa Cruz de la Sierra, Monfragüe y Alconchel? Ibn Sahib al-Sala ilustra esa capacidad, al describirnos la táctica usada por Geraldo para hacerse con el control de posiciones fortificadas. Esa táctica se basaría en la sorpresa, la nocturnidad, el sigilo, la audacia y una gran capacitación de sus hombres para desarrollar actuaciones que pueden ser consideradas auténticas operaciones de comando:

“El perro Giraldo caminaba en noches lluviosas y muy oscuras, de fuerte viento y nieve, hacia las ciudades. Había preparado sus instrumentos de escalas de madera muy largas, que sobrepasaban los muros de las ciudades, y aplicaba aquellas escalas al costado de una torre y subía por ellas en persona, el primero, hasta lo alto de la torre y cogía al centinela y le decía: “Grita como es tu costumbre”, para que no lo descubriera la gente. Cuando se había completado la subida de su miserable grupo a lo más alto del muro de la ciudad, gritaban en su lengua con un gran alarido execrable, y entraban en la ciudad y combatían al que encontraban y lo robaban, y cogían a todos los que había en ella cautivos y prisioneros”.

De ese modo Geraldo Sempavor creó en cuatro años un señorío virtual en una tierra de nadie, en un espacio de frontera donde el poder almohade era muy débil y donde no llegaba la influencia de León, de Castilla y de Portugal, reinos que en aquellos momentos mantenían enfrentamientos entre sí, y estaban aquejados por algunos problemas internos. Geraldo aprovechó su ventana de oportunidad para dominar, desde las alturas de sus sierras y montañas, un vasto territorio por el que transitarían con rapidez sus escuadrones de caballería, viviendo de saqueos en base a razias lanzadas contra poblaciones rurales y agrícolas.

Plaza Mayor de Cáceres

Vista de la Plaza Mayor de Cáceres. Al fondo, y flanqueando la entrada al actual recinto monumental, la torre albarrana de Bujaco (izquierda) y la torre albarrana almohade de la Hierba (a la derecha). Cáceres fue una de las posiciones importantes que Geraldo Sempavor logró conquistar entre 1165 y 1169. Pero aquella Cáceres tomada por el guerrero portugués con su comando disciplinado y efectivo no tendría el aspecto tan majestuoso que presenta en la actualidad. A finales de los años 40 Leopoldo Torres Balbás consideró que la alcazaba cacereña habría sido construida hacia 1174, acercando la cronología a las acciones de Geraldo. Sin embargo, recientemente, Samuel Márquez y Pedro Gurriarán sostienen, tras minuciosos estudios, que el aspecto actual de la cerca de Cáceres sería dado a partir del año 1196 aproximadamente. El objetivo sería convertir Cáceres en una potente plaza de armas almohade, un gran cuartel fortificado para concentrar tropas que habrían de hacer la guerra santa contra los reinos de León y Castilla en el sector occidental de al-Ándalus. Tiene sentido esa nueva hipótesis, pues justo nueve años antes el rey Alfonso VIII de Castilla, “el de Las Navas”, había fundado una ciudad amurallada en las orillas del Jerte, en la Vía de la Plata, importante eje de comunicación norte-sur. La ciudad de Plasencia, fundada “para agradar a Dios y los hombres” (“Ut placeat Deo et Hominibus”), expresión de la que procede el nombre actual de la urbe. Plasencia desempeñaría a partir de su fundación una doble función. Serviría, por una parte, para organizar desde allí el ataque y la defensa contra los almohades del sur, que acometían dominios cristianos apoyándose en puntos como Cáceres y Trujillo. Por otro lado, Plasencia resultaría esencial para fijar la frontera establecida entre León y Castilla en el tratado de Sahagún (1158), y que contemplaba la Vía de la Plata, precisamente, como límite entre dos reinos enfrentados hasta la reunificación de Fernando III en 1230. El califa Abu Yacub al-Mansur aplastó a las huestes castellanas comandadas por Alfonso VIII en Alarcos (Ciudad Real), en 1195. En los dos siguientes años lanzará campañas destructivas contra tierras de la actual provincia de Cáceres, recuperando posiciones como Trujillo, Montánchez y Santa Cruz, destrozando además tareas repobladoras en el área de Plasencia. Es en esos años cuando cobra sentido la construcción de grandes recintos fortificados en el vulnerable sector extremeño de la frontera almohade con los cristianos. En ese contexto la fortaleza de Trujillo sería dotada de torres albarranas y del gran albacar que aún hoy día podemos contemplar, recinto de grandes dimensiones concebido, al igual que la alcazaba cacereña, para albergar los grandes contingentes armados, y sus monturas, que acostumbraban a movilizar con gran pompa, ceremonia y propaganda los califas almohades. Al igual que Badajoz, Cáceres y Trujillo merecen ser visitadas por el viajero, quien tendrá la oportunidad de contemplar grandes fortificaciones que fueron concebidas por los almohades y mejoradas por los cristianos leoneses y castellanos. Todas ellas tienen relación con ese comandante aventurero portugués llamado Geraldo Sempavor, cuya historia es tan desconocida como apasionante. La capital cacereña guarda dentro de sus murallas almohades uno de los conjuntos patrimoniales más bellos y ricos del mundo, con palacios y casas fuertes, o el impresionante aljibe sobre el que se sitúa el palacio de Las Veletas, que acoge el Museo Arqueológico Provincial de Cáceres. Las murallas cacereñas son en sí mismas un espectáculo patrimonial y visual, con torres albarranas tan emblemáticas como la Torre de Bujaco, que preside la Plaza Mayor de una ciudad que fue, por estos y otros motivos, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1986. © Wikimedia Commons / CC-BY-SA 3.0/ David Daguerro

Geraldo Sempavor había surgido, se había sustanciado y había operado porque el rey portugués, Alfonso Enríquez, le había dado poder en una zona vacía de poder. Habría empezado actuando en esos territorios porque el monarca luso le había concedido mando y cierta independencia, una autonomía de criterio que el comandante guerrero supo aprovechar en cuatro años. ¿Le habría prometido el rey portugués la posesión y gobierno de las tierras que pudiese conquistar en ese espacio? ¿Le habría asegurado el rey al comandante que le convertiría en conde o tenente de aquel territorio? No sabemos a qué acuerdos llegarían, pero podemos intuir que Geraldo fue estimulado por Alfonso, y que este le concedería a aquel un margen amplio de autonomía de acción y criterio, aun señalándole los puntos, o no, que debía controlar con sus guerreros. El cronista áulico almohade, Ibn Sahib al-Sala, vuelve a iluminarnos:

“Alfonso, hijo de Enrique, el traidor gallego, señor de Coimbra, fue testigo del arrojo de este perro, Giraldo, y lo designó para traicionar las ciudades y castillos, que le señaló con sus hombres, y le dio poder sobre los musulmanes en las fronteras con sus terrores”.

Pero para convertir un señorío virtual en otro realmente consolidado, Geraldo necesitaba poseer la única ciudad importante que había en aquel extenso espacio: Badajoz. Y es que Badajoz era entonces la sola y verdadera urbe existente en el amplio territorio dominado por Geraldo desde sus distintas posiciones, y era allí donde la presencia almohade era más sólida. Eran bastantes los kilómetros que separaban Badajoz de Sevilla, ciudad bien conocida por Yusuf I, quien terminaría por convertirla en capital almohade en la península Ibérica. Badajoz estaba aislada, solitaria, porque el poder califal almohade estaba concentrado en otras guerras. Geraldo aprovechó la coyuntura para lanzarse sobre la ciudad pacense, utilizando para ello una base de operaciones que había arrebatado a sus adversarios recientemente: Jurumeña.

El león amenazado reacciona. La embajada sevillana de Fernando Rodríguez de Castro el Castellano

Desde esa posición, Jurumeña, situada en escarpaduras aguas abajo del Guadiana, Geraldo Sempavor apretaba las inmediaciones de Badajoz con sus correrías, preparando el terreno para someter a asedio a la ciudad. Mientras tanto, Fernando II de León atravesaba problemas, y estaba más necesitado de alianzas que nunca, por sus fricciones fronterizas con Portugal, sus conflictos con Castilla, y, especialmente, por las conquistas de Geraldo en su línea de expansión natural hacia el sur. Y es que esa expansión territorial leonesa contra los musulmanes, y con ella la propia supervivencia del reino, quedaría seriamente comprometida si Alfonso Enríquez consolidaba su presencia en la actual Extremadura a través del señorío amigo de Geraldo. El único aliado que le quedaba a Fernando II era el califa almohade, y es por ello que envió a Sevilla, sede del poder califal, a quien posiblemente era entonces su hombre más poderoso y valioso, Fernando Rodríguez de Castro, “el Castellano”, uno de los magnates cristianos más preponderantes del momento. Fernando Rodríguez era un noble ambicioso. De orígenes castellanos, había estado enfrentado con reyes de León y Castilla por igual, y con la casa nobiliaria que regentaba el poder regio castellano, la casa de Lara, los tutores y protectores del niño Alfonso VIII.

Rodríguez de Castro permaneció unos meses en Sevilla, defendiendo los intereses del rey Fernando y, quizás incluso más, los suyos propios. Geraldo, mientras tanto, hostigaba y apretaba Badajoz con sus cabalgadas y “sus terrores”. Hacía algo menos de cien años que otro ilustre castellano, Rodrigo Díaz, el Campeador, había gozado durante unos meses de la hospitalidad musulmana en Sevilla. Rodrigo había acudido allí en 1079 enviado por su rey, Alfonso VI, a cobrar las parias que el rey de taifas de entonces adeudaba al poderoso soberano castellanoleonés. Fernando Rodríguez buscaba en aquella estancia solidificar una alianza con el califa almohade Yúsuf I. Ibn Sahib al-Sala relata que “el jefe cristiano Fernando”, “señor de Trujillo” (no era aún señor de Trujillo, pero sí cuando el cronista redactaba su crónica), “célebre entre los cristianos por su linaje y valor…llegó a Sevilla (junio-julio 1168)…con el deseo de hacerse servidor del Amir al-Muminin…abandonando la compañía de los infieles”. Permaneció en Sevilla cinco meses con su mesnada, rodeados de lujos y regalos. Allí, afirma el cronista “se ablandó su corazón con los grandes regalos, hasta que casi se islamizó y prometió a Dios ser fiel consejero del poder almohade con el mejor servicio, y se sometió y prometió que no raziaría el país de los almohades y sería para ellos su sostén y aliado de los musulmanes”, y se marchó colmado de donativos y honores. El mejor “regalo” que se llevaría Fernando Rodríguez de Sevilla sería un acuerdo de ayuda militar mutua, un pacto que en el futuro será provechoso para el rey Fernando II, y para el propio magnate castellano.

Batalla en Badajoz

Entre los meses de marzo y abril del año 1169 Geraldo había conseguido dominar la mayor parte de Badajoz. Los almohades solo resistían en la alcazaba, sometida a asedio por el comandante portugués. Geraldo concedió una tregua condicional a los sitiados, un periodo de no agresión para que los cercados buscasen ayuda en el exterior, con la promesa de entregar la alcazaba si transcurrido el plazo dado el socorro no era recibido. Fernando II recibió las peticiones de auxilio de los almohades sitiados y acudió con sus tropas a Badajoz, acampando en sus cercanías. El rey portugués Alfonso Enríquez también había acudido a Badajoz, para apoyar militarmente a su comandante en el asedio. Los defensores almohades lograron abrir, escondidamente, una brecha en las murallas de Badajoz, por la que un grupo logró llegar ocultamente hasta una de las puertas de la muralla exterior y abrirla para el paso de las tropas leonesas. En aquellos momentos Geraldo y los portugueses habían logrado dominar el espacio comprendido entre el primer recinto amurallado y la propia alcazaba, donde resistía la guarnición almohade. Cuando las tropas leonesas consiguieron penetrar en el espacio portugués se produjo una dura batalla, que tuvo consecuencias desastrosas para los lusos:

“…y lucharon en el interior de la ciudad con los cristianos, y los almohades sitiados ayudaron a los compañeros de Fernando…Los compañeros de Fernando el Baboso se esforzaron con los musulmanes contra el ejército de Ibn al-Rink, hasta que los derrotó Dios…”

Alcazaba de badajoz Geraldo Sempavor

Situada en una posición elevada y dominante sobre el cerro de La Muela, la alcazaba de Badajoz está protegida por el norte y el este por dos cursos fluviales, el Guadiana y el Rivillas respectivamente. El resto del emplazamiento tiene defensas igualmente naturales constituidas por barrancos, que complementan la protección que otorga al emplazamiento su perímetro amurallado, dotado de un adarve que permite rodearla por completo caminando. En este paseo perimetral el viandante puede contemplar hoy las fantásticas vistas de la ciudad de Badajoz y sus alrededores, teniendo el privilegio de transitar encima de la muralla de la alcazaba más grande de Europa y una de las mayores del mundo. La alcazaba de Badajoz fue el principal escenario de actuación para Geraldo Sempavor. Desplegó sus mayores energías en torno a esta fortaleza, intentando conquistarla en dos ocasiones. Incluso puede decirse que las acciones de Geraldo influyeron en la fisionomía posterior del baluarte almohade en la ciudad pacense, adquiriendo a grandes rasgos el aspecto que tiene en la actualidad. Y es que si no hubiera sido por el soporte militar que en la primavera de 1169 Fernando II de León dio con sus huestes a los almohades de Badajoz contra Geraldo Sempavor, es posible que la ciudad del Guadiana fuese hoy día portuguesa, como lo fue en distintos momentos la cercana localidad de Olivenza. En aquella de 1169 había dominado la totalidad de Badajoz, y únicamente se le resistía la guarnición que defendía la alcazaba. El rey portugués Alfonso Enríquez había acudido a apoyar en Geraldo en la fase final del cerco. El estado de aprieto de los almohades asediados era manifiesto, y es por ello que la ayuda militar de Fernando II y Fernando Rodríguez de Castro contra los portugueses resultó providencial. Comprendiendo el califa Yúsuf I que había estado cerca de perder la ciudad más importante del occidente andalusí (Garb al-Andalus) ordenó al nuevo gobernador acometer obras para la mejora de las defensas fortificadas. En ese programa de fortificación serían construidas algunas de las torres albarranas que refuerzan la muralla de tapial, proporcionando alguna de ellas interesantes sistemas de defensa en codo, y teniendo otra, la Torre de Espantaperros, una llamativa planta octogonal u “ochavada” que inspiraría a la posterior y famosa Torre del Oro de Sevilla. También se construiría en esta época la coracha que garantizaría el abastecimiento de agua a la alcazaba en caso de asedio. Podemos afirmar, por tanto, que Geraldo Sempavor sería responsable, en buena medida, de la fisionomía actual del monumento más emblemático de la ciudad de Badajoz, de la alcazaba más grande de España y de las mayores del mundo. Geraldo condicionaría el diseño de una obra que merece mucho la pena visitar, por sus imponentes murallas, torres y edificaciones. Guarda en su recinto el recomendable Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, y resulta también muy interesante por haber sido escenario de numerosas batallas y guerras que marcaron la historia de la ciudad y de la propia España –Restauración portuguesa, Guerra de la Independencia, Guerra Civil Española-, y que dejaron sus cicatrices, y nuevas fortificaciones y edificios, apreciables hoy, en este apasionante conjunto monumental. © Wikimedia Commons / CC-BY-SA 3.0/ Michael Newman

El rey portugués se vio obligado a huir precipitadamente, y en su retirada sufrió un fuerte golpe en una pierna con una de las barras que servían para atrancar la puerta de la muralla por la que escapaba. Inconsciente por el impacto, Alfonso Enríquez fue apresado por sus enemigos. Geraldo también fue capturado por los leoneses durante el choque. El monarca portugués había sido derrotado por su propio yerno, con la ayuda de los almohades, y a cambio de su libertad tuvo que entregar a Fernando II las posiciones fronterizas de Limia y Torón. Geraldo pudo recuperar su libertad a cambio de ceder todas sus conquistas a los leoneses. El gran beneficiado resultó ser Fernando Rodríguez de Castro, quien a partir de ahora sería el tenente de todo ese señorío virtual que había logrado instaurar Geraldo. Rodríguez de Castro asentaría en Trujillo el centro de su poder, y en adelante será llamado por ello “señor de Trujillo”. Fernando II dejó la situación tal y como estaba. Conforme con que Badajoz permaneciera en manos almohades, pensando que en el futuro sería más legítimo que él conquistara la ciudad a musulmanes que a cristianos, se retiró hacia su reino. Su suegro, Alfonso Enríquez, quedó tan malherido en aquella jornada, con una pierna fatalmente fracturada, que ya jamás podrá volver a cabalgar en condiciones. A partir de entonces tendrá que ser su hijo, el infante Sancho, el comandante en jefe de las huestes portuguesas.

Fortificación de Badajoz y nuevos intentos de Geraldo Sempavor (1170-1173)

El califa Yúsuf I comprendió que había estado muy cerca de perder la importante plaza de Badajoz. Es por ello que designa a un nuevo gobernador de la ciudad a Abu Yahya, a quien le encomienda adoptar medidas para fortalecer aquella posición clave, asegurar el abastecimiento de agua en el interior de la alcazaba y guarnecerla con guerreros. Un asedio como el sufrido podría repetirse en un futuro no muy lejano, y los adversarios podrían ser de nuevo los portugueses comandados por Geraldo y apoyados por su rey o, quien sabe, el reino de León. Abu Yahya no tardó en obedecer las órdenes de su califa:

“Le mandó el poder excelso excavar un pozo, dentro de la alcazaba de la ciudad de Badajoz, al cual condujese el agua del río, previniéndole para lo que se temía de ataques y asedios. Fue a ella con una tropa famosa y numerosa de almohades y de soldados andaluces, y se instaló en ella y consoló a sus habitantes de su tristeza anterior, y se esforzó en excavar el pozo con mineros y trabajadores, y es conocido por el pueblo por la Kuraya (“la Coracha”), y condujo el agua a él, y se fortificó la alcazaba y se confirmaron en ella las almas y la seguridad”.

Geraldo Sempavor no tardó ni un año en reanudar las hostilidades contra Badajoz. En esta ocasión desarrollará una estrategia inversa a la anterior. Si años atrás había conquistado distintas plazas para centrarse después en Badajoz, esta vez iría desde el principio a por la perla central de aquel collar, a por la ciudad más importante de todo aquel territorio. Las plazas que anteriormente había conquistado se encontraban ahora en manos de Fernández de Castro, quien habría procurado que no volvieran a ser asaltadas y tomadas por el comandante portugués. Geraldo eligió como base de operaciones principal la posición de Lobón, situada a unos 40 kilómetros de Badajoz, siguiendo el curso del Guadiana hacia el este. Desde allí lanzaba cabalgadas contra las inmediaciones de su objetivo, para esquilmar sus recursos, impedir el abastecimiento y preparar así el terreno para un posterior asedio. La atricción no tardó en sentirse en Badajoz, de tal forma que se hizo necesario que el gobernador almohade intentase neutralizar las razias lanzadas por Geraldo Sempavor. El gobernador Yahya, en una ocasión, se lanzó contra las tropas de Geraldo, las cuales fingieron una huida y condujeron a los almohades hacia una emboscada en la que resultaron derrotados. El hermano del cronista Ibn Sahib al-Sala, que se encontraba en aquella partida, fue apresado, y solo pudo recuperar su libertad pagando la elevada cifra de 300 dinares. No sorprende que el historiador almohade manifieste tanto odio hacia el guerrero portugués.

Badajoz ya sentía los efectos del desabastecimiento y el hambre. Geraldo procuraba con sus cabalgadas que no les llegara a los pacenses suministro alguno. Ibn Sahib al-Sala relata con nitidez esa situación de premura, a decir que “aumentó la debilidad de la ciudad de Badajoz por falta de alimentos en ella, por el acoso del extranjero maldito, Giraldo, contra ella con ataques, y cortar la entrada en ella de provisiones”. Es por ello que las autoridades almohades se vieron obligadas a abastecer Badajoz desde Sevilla, enviando para ello un convoy de “cinco mil acémilas cargadas de víveres, forraje y armas”. Geraldo se puso en movimiento para interceptar aquella comitiva, y para ello se emboscó con sus hombres en una posición estratégica y agreste situada en las cercanías de la actual población de El Valle de Matamoros, situada a 66 kilómetros de Badajoz, en el camino hacia Sevilla. En aquella celada Geraldo Sempavor deshizo al contingente almohade, apresó los suministros. En aquel choque murió el gobernador Yahya. Es posible que el nombre del actual pueblo proceda de la matanza de musulmanes (“moros”) perpetrada por Geraldo y sus hombres en las inmediaciones de la localidad. Sucedieron aquellos hechos en mayo de 1170, un año después de que Geraldo y Alfonso Enríquez fuesen derrotados por leoneses y almohades en Badajoz.

Durante los siguientes meses prosiguió el acoso de Geraldo a Badajoz, hasta que el poder almohade volvió a reaccionar. Para ello tropas almohades se fijaron como objetivo las dos posiciones principales desde las que el comandante portugués hostigaba la ciudad, Jurumeña y Lobón, al tiempo que enviaba nuevos convoyes para el abastecimiento. Jurumeña fue conquistada por los almohades en otoño de 1170, y Lobón un año más tarde.

El fin de Geraldo Sempavor

Los últimos años de Geraldo Sempavor son bastante oscuros. Es muy poco, casi nada, lo que conocemos de ese periodo. Sabemos que en algún momento fue derrotado por los almohades, quizás en 1173 o 1174, y posiblemente apresado por ellos en alguna acción. Volvemos a encontrarlo actuando como mercenario al servicio de los almohades en Marruecos, donde habría sido deportado tras su apresamiento. En la región del valle del Sus, donde Ibn Tumart había iniciado décadas atrás el movimiento almohade, le fueron concedidas tierras a cambio de combatir a sublevaciones antialmohades que estaban dándose en aquella región. No se sabe por qué, pero hacia el año 1176 fue sentenciado a muerte y decapitado. Un cronista cristiano posterior, conocedor de la situación internacional de finales del siglo XII y principios del XIII, asegura que Geraldo, “empobrecido y desprovisto de toda ayuda, se refugió junto a los sarracenos, a los que había infligido muchos daños, y por los que fue decapitado en tierras marroquíes con un pretexto baladí”. Se especula con la posibilidad de que desde aquel nuevo destino marroquí, Geraldo pudiera ponerse en contacto con su rey, para proponerle un plan de invasión a aquellas tierras fértiles del valle de Sus, o que fuese Alfonso Enríquez quien contactara con su antiguo vasallo, para ordenarle que preparara desde allí un desembarco portugués. Al ser descubierto el plan Geraldo habría sido ejecutado. Los últimos días de Geraldo, como sus primeros años de vida, sus orígenes sociales, su procedencia geográfica, sus relaciones con Alfonso Enríquez… son cuestiones que permanecen en la bruma y el misterio.

Valle del Sus Geraldo Sempavor

Valle del Sus, Marruecos. En marzo de 1176, Geraldo Sempavor, con 350 de sus hombres, fue instalado en algún lugar de este territorio para su defensa. Pese a encontrarse muy cerca del núcleo originario del movimiento almohade, la región era muy vulnerable a las incursiones de las tribus de bereberes sanhaya, enemigos inveterados de los almohades. Sempavor fue alejado de aquí y enviado a Siyilmasa, allí, separado de sus hombres, fue detenido y ejecutado en 1178. © Wikimedia Commons / CC-BY-SA 3.0/ Azrouban

Es muy poco lo que conocemos sobre este enigmático personaje, que pudo consolidar un señorío propio en las tierras de la actual Extremadura y el Alentejo portugués. Si no fuese por la crónica de Ibn Sahib al-Sala, sus acciones serían prácticamente desconocidas para nosotros, aunque quedaran de él otros rastros de memoria. Donde más se ha conservado la memoria de Geraldo Sempavor es en la bella ciudad de Évora, por él conquistada mediante el empleo de su táctica sorpresiva y osada. Esa ciudad con tanta historia conserva la memoria de su primer conquistador cristiano en su escudo heráldico, en el que el guerrero es representado en actitud combativa, a caballo, sobre las cabezas decapitadas de dos musulmanes, un hombre y una mujer. También podemos encontrar en Évora algún rincón que lleva su nombre, incluso alguna estatua que representa al guerrero agarrando la cabeza cercenada de un musulmán, alguno de aquellos que habrían sido víctimas de sus acciones bélicas y sus “terrores”.

¿Un Cid portugués?

Aunque Geraldo Sempavor no generó todo el torrente de literatura heroica y mitificaciones posteriores a las que sí dio pie Rodrigo Díaz, lo cierto es que ambos personajes guardan alguna similitud. Ambos aprovecharon momentos y lugares donde no había un poder bien definido y asentado, donde la autoridad estaba disgregada. Ambos intentaron, con éxito desigual, conquistar y consolidar un señorío propio en base a su capacidad para comandar huestes y su talento militar. Rodrigo culminó su empresa gracias a la conquista de Valencia, Geraldo chocó contra las murallas de la alcazaba de Badajoz, la más grande de Europa, y fue víctima de una alianza de almohades y leoneses. Ambos explotaron la razia intensa y persistente para debilitar sus objetivos militares y mantener sus ejércitos. Ambos fueron arrojados e inteligentes, aglutinando tradiciones y concepciones cristianas y musulmanas. En definitiva, los dos fueron hombres de frontera en un contexto de convulsión y guerra, en un mundo en el que lo cristiano y lo musulmán no estaba demasiado bien diferenciado en aquellos contextos fronterizos tumultuosos y cambiantes.

Fuentes y bibliografía

  • AGUILAR SEBASTIÁN, Victoria: “Aportación de los árabes nómadas a la organización militar del ejército almohade”, en al-Qantara, XIV (1993), pp. 393-415.
  • IBN SAHIB AL-SALA: al-Mann bil-Imama, estudio preliminar, traducción e índices de Ambrosio Huici Miranda, Valencia, Anubar, 1969.
  • CRESSIER, Patrice, FIERRO, Maribel y MOLINA, Luis (eds.): Los almohades: problemas y perspectivas, 2 vols, Madrid, CSIC, 2005.
  • Crónica latina de los reyes de Castilla, traducción de Luis Charlo Brea, Madrid, 1999.
  • HUICI MIRANDA, Ambrosio: Historia Política del Imperio Almohade, edición facsímil, estudio preliminar de Emilio Molina López y Vicente Carlos Navarro Oltra, Granada, 2000.
  • LAPIEDRA, Eva: “Giraldo Sem Pavor, Alfonso Enríquez y los almohades”, en Fernando Díaz Esteban (ed.), El reino taifa de Badajoz, Madrid, 1996, pp. 147-158.
  • LOPES, David: “O Cid portugués: Geraldo Sempavor”, en Revista Portuguesa de História, 1 (1941), pp. 93-110.
  • PORRINAS GONZÁLEZ, David: “La actuación de Giraldo Sempavor al mediar el siglo XII: un estudio comparativo”, en Julián Clemente Ramos y Juan Luis de la Montaña Conchiña (eds.), II Jornadas de Historia Medieval de Extremadura. Ponencias y Comunicaciones, Mérida, 2005, pp. 179-188.
  • PEREIRA, Armando da Sousa: Geraldo Sem Pavor. Um guerreiro de fronteira entre cristaos e muçulmanos, c. 1162-1176, Oporto, 2008.
  • VIGUERA MOLINS, María Jesús y otros: El retroceso territorial de al-Andalus. Almorávides y almohades, siglos XI al XIII, Historia de España Menéndez Pidal, Tomo VIII-III, Madrid, 1997.

David Porrinas González es investigador y profesor en la Universidad de Extremadura. Licenciado y doctor en Historia por la UEX con la tesis Guerra y caballería en la plena Edad Media. Condicionantes y actitudes bélicas, Castilla y León, siglos XI-XIII, dirigida por F. García Fitz, con Premio Extraordinario. Ha publicado trabajos relacionados con la guerra y la caballería medieval, y el Cid Campeador, entre ellos El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro, 2019). Es miembro del proyecto Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico, siglos X-XV, dirigido por C. de Ayala Martínez y S. Palacios Ontalva (UAM).

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